miércoles, 23 de diciembre de 2009

La Promesa

Grecia y Ernesto se conocieron hace 20 años, sin proponerselo un buen día coincidieron en la misma sala de chat. Siendo dos adolescentes de 15 años, y siendo tan popular el chat, decidieron ser cibernovios.

Algunos años pasaron y se intercambiaron fotos y miles de mails prometiendose amor eterno. Las circunstancias cambiaron el jueguito de todos los días; ya no era estar mandandose mensajes instantaneos. Cada quien tenía su vida, cada cual en su lugar -a varios cientos de kilometros- entraron a la universidad, tuvieron muchos amigos, varias parejas, muchos amantes. Pero al sentarse al monitor encontraban un alma semejante al otro lado de la línea. Seguían la charla, a veces larga, a veces un simple saludo, la tecnología avanzada los seguía uniendo a pesar del paso de los años.... Había días, meses, incluso años que no supieron el uno del otro. Pero no importó, regresaban a sus charlas, como si nada hubiese pasado, como si el tiempo se hubiese congelado dentro de la ventana de la computadora. Siempre quedando en el mismo trato: Conocerse algún día en persona. Esa era la promesa que siempre quedaba pendiente. Encontrarse para amarse sin restricciones, quiza en una isla desierta, tal vez en la tierra de él, quizá en la de ella... Pero estar juntos algún día.

Ella se casó y tuvo una hermosa hija. Eso no importó y continuaron siendo los mismos novios cariñosos. Pues al estar charlando... ellos mismos eran otros. No había secretos, ni reclamos, solo eran dos personas amandose sin condición. La distancia no era tan significativa comparada con su cariño, pero aún así, no se atrevían a conocerse en persona. Al poco tiempo, él se casó con una bella mujer, y tuvo un hijo igual de hermoso.

El tiempo pasó y un día se volvieron a topar en la red. Ya habían pasado muchas cosas, muchos años, el tiempo había hecho y deshecho a su antojo, y ellos fueron como veletas al viento. Ese día el tiempo se fue tan rapido como agua en las manos, y entre risas y buenos recuerdos hicieron todo el recuento de los años.
Ya no eran unos niños, nisiquiera unos jovenes, ya habían pasado 20 años desde aquella primera vez, y el destino había jugado tanto con ellos, hasta aquella noche. Él por su parte, quedó solo muy pronto, y el trabajo lo llevó hasta la ciudad de México, lugar en donde se encontraba en ese momento. Ella casualmente, por placer visitaba la misma ciudad.

El tiempo los había dejado solos a ambos y los reunío en ese instante.

Cuando supieron la situación, sus corazones temblaron y dudaron... mucho... mucho, pero al final aceptaron. La cita fue en un café, no fue dificil encontrarse pues se conocían detalle a detalle, tal vez solo por camara o foto, pero se conocían a la perfección. La emoción los colmó y solo atinaron a saludarse con un ¡hola!

Era mil veces mejor platicar en persona que por medio de una computadora, quizá no eran la perfección pero eran lo que siempre habían esperado el uno del otro. La promesa se cumplió ahí; estaban ahí los dos.

-Siempre soñe con este momento, y ahora se cumple, no lo puedo creer!
-Realmente yo tampoco lo puedo creer...

Sus manos se buscaron, y pronto, muy pronto, sus labios tambien se encontraron, fundiendose en el beso más calido y hermoso que jamas habían sentido, sus bocas se buscaron como amantes perdidos, como los amantes errantes que habían sido hasta entonces ellos dos.

Un beso era muy poco. Habían esperado mucho tiempo para estar así... él la abrazo tiernamente, y ella se perdió como loca entre sus brazos. Los besos eran como brazas ardientes que quemaban.

No supieron cómo, no supieron cuando... Solo se vieron rendidos sobre una cama, amandose con cuerpo y alma, entregandose el uno al otro como jamas lo habían hecho, de una y mil formas. Mientras ella sobre él bailaba una danza al compas del amor, y él se aferraba a su pecho como naufrago a la barca. Él jugó con sus muslos, haciendola vibrar hasta el último recoveco de su ser, y ella disfruto de todo su ser y su néctar de hombre. Se amaron una y otra vez, y cada vez deseaban más y más. Habían sido muchos los años esperando por ese momento. Y era muy poco todo aquello comparado a las ganas tan intensas de amarse. Entre risas y juegos terminaban y volvían a empezar. Jugando y besandose cada rincón del cuerpo, volvían a jurarse amor eterno.
Eran el complemento perfecto, tal para cual, no había nada que no supiera el uno del otro, ni tampoco había ya nada que los separaba, ni distancias ni terceros. Esa noche se unieron para nunca más volver a estar solos, para nunca jamás volverse a separar, en instantes se hicieron adictos de sus bocas... de sus cuerpos. Fue esa noche, el testigo de que allí cumplieron su Promesa.